ÉDGAR
OLIVARES | CÓDIGO ESPAGUETI
La corrupción propició que desde Cd. Juárez saliera un cargamento de varilla radiactiva en la década de 1980 y sus efectos aún se sienten.
Tres años
antes de que la ciudad rusa de Chernobyl pasara a la historia por la catástrofe
nuclear ocurrida en la central eléctrica nuclear Vladímir Ilich Lenin e hiciera
sonar las alertas sobre los peligros del mal manejo de los materiales
radiactivos (en 1986), un accidente mucho peor ocurrió en el planeta y su
epicentro fue la ciudad fronteriza a la que le cantaba Juan Gabriel. Se dio
como resultado de la mezcla entre la corrupción y la ignorancia, igual que casi
todas las cosas malas que pasan en este país.
El evento
conocido como Los Irradiados de Juárez o la catástrofe del Cobalto 60, pudo ser
perfectamente evitable y, tal y como descubrirán más adelante, no sólo afectó
terriblemente a la ciudad fronteriza, sino que se expandió a 15 estados del
país de la forma más estúpida y mexicana posible y, peor aún, sus efectos
siguen siendo visibles hasta nuestros días, el número de víctimas ya es
incuantificable y a todo el mundo le importa menos que nada. Esta es una de las
historias más mexicanas posibles.
TODO
COMENZÓ COMO UNA TRANZA
En
noviembre de 1977, el Centro Médico de Especialidades de Ciudad Juárez,
Chihuahua, compró una unidad de radioterapia con una fuente de Cobalto-60, por
16 mil dólares, en Estados Unidos. El hospital privado quería quedarse con los
pacientes que cruzaban la frontera para tratarse el cáncer. El problema es que
esta clase de equipos requerían muchos permisos para su importación, así que
los directivos del hospital decidieron traerlo de contrabando.
Una vez
en México, la unidad de radioterapia de Cobalto-60 quedó almacenada en las
bodegas del hospital durante seis años, pues nadie sabía cómo operar el equipo
y no consiguieron un especialista que supiera hacerlo. Además, lo escondieron
en la bodega porque así las autoridades sanitarias no iban a darse cuenta de su
existencia en caso de que les llegara una inspección.
Cápsula
de la unidad que contiene el material (Informe: accidente por contaminación con
cobalto-60 méxico 1984)
El
Cobalto-60 (60Co) es un isótopo radiactivo sintético que emite rayos gama.
Según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), con sede en Viena,
el 60Co es -junto con el Cesio-137- la mejor fuente de radiación gamma debido a
su elevada energía y sus largos períodos de semi-desintegración. Es muy útil en
la medicina y la industria, pero es altamente tóxico y peligroso, y la
exposición puede causar la muerte.
Ya en la
camioneta rumbo al yonke, el cilindro que contenía el Cobalto se rompió y
desprendió gránulos de 60Co, que se dispersaran en el vehículo y éste quedó
irradiado para siempre. Durante su trayecto fue contaminando los perdigones que
saltaban a su alrededor: Llegando al deshuesadero, Sotelo cargó el cabezal con
las manos, sin guantes, e inmediatamente sufrió quemaduras de segundo grado,
luego sufrió fuertes náuseas, vómito y diarrea. Nada de esto le preocupó ni lo
hizo sospechar nada. Ni siquiera el hecho de que el metal brillará en tonos
azules. Los dos intendentes cobraron mil 500 pesos (de la época) por los
“fierros” que vendieron y se fueron.
Mientras
tanto en el yonke Fénix usaban imanes gigantes para manipular la chatarra,
entre cuyos fierros retorcidos se encontraban los metales contaminados por la
bomba de cobalto-60. Al primer contacto del imán con los gránulos radiactivos
se irradiaba y transmitía la energía a otros metales con los que tenía
contacto. El procedimiento se dio una y otra vez hasta que 6 mil toneladas de
material fueron contaminados sin que nadie supiera lo que estaba pasando.
El 16 de enero de 1984, un transportista que llevaba varilla irradiada, fabricada en Achisa, a Estados Unidos se perdió en las carreteras de Nuevo México, Estados Unidos, y al pasar por el laboratorio nacional de Los Álamos (el mismo donde se fabricó la Bomba Atómica) su carga disparó los detectores de radioactividad del laboratorio. El camión no entro a Los Álamos, sólo pasó por allí.
Después
de una investigación, los estadounidenses llegaron a la conclusión que había
sido la varilla de Achisa la que disparó sus alarmas y notificaron a la
Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) de México, quien
dos días después, el 18 de enero, ordenó a Achisa suspender la distribución de
varilla fabricada hasta verificar que no se encontrara contaminada.
MÉXICO
SIENDO MÉXICO
La
Comisión de Salvaguardas forzó a 180 trabajadores de ACHIZA a recolectar la
tierra radiactiva sin más protección que palas y bolsas de plástico. Los
líderes del proyecto se escondían detrás de “tambos de agua” para protegerse de
la radiación. Nadie estaba capacitado para tratar con ella.
Como no
había suficientes inspectores nucleares en el país, se improvisaron a
funcionarios de la Secretaría de Salud, sin conocimientos en el tema, para que
detectaran las radiaciones en los edificios contaminados. Los trabajadores de
las fundidoras tuvieron que ir por toda la ciudad buscando el material
contaminado que incluía balines milimétricos que salieron de la bomba de
cobalto. Nueve meses después solo en Chihuahua, había 20.000 toneladas de
desechos radiactivos muy cerca de zonas habitadas.
Y AQUÍ
SEGUIMOS, COMPA…
El
verdadero problema lo tuvieron quienes sufrieron exposición a largo plazo. “Una
menor radiación pero constante durante 30 o 40 años puede provocar leucemia,
anemia, cáncer, daño medular severo, cáncer de huesos y desórdenes genéticos
hereditarios”, explicaba el investigador de la UNAM Cruz Zaragoza. Estas
personas son las que murieron lentamente por haber construido su casa con
varillas contaminadas, o compraron una mesa irradiada o vivieron cerca de donde
están, mal sepultados, los “fierros” que Vicente y su compadre fueron a vender
al yonke para sacar para unas sodas.
Durante
todo este tiempo nunca se colocó una señal que alertara sobre el trato que los
trabajadores deberían tener con el aparato o que les alertara sobre su
peligrosidad. Años después, cuando toda la historia salió a la luz, el Dr.
Abelardo Lemus, miembro del Consejo de Administración del Hospital, dijo al
respecto que “No hacía falta, estaba en un lugar seguro y era demasiado grande
y pesada. Lo que ocurre es que Sotelo debe haberla visto por varios años y se
le hizo fácil llevársela al yonke”.
1983:
CHÁCHARAS RADIOACTIVAS
El 6 de
diciembre de 1983, un empleado de intendencia del Centro Médico llamado Vicente
Sotelo Alardin entró a la bodega de Materiales y Maquinas del Hospital buscando
la máquina de radioterapia, porque el jefe de mantenimiento, Arturo Guerrero,
se la regaló para que, según sus propias palabras, “sacara para las sodas”.
Sotelo
llamó a su compañero intendente, Ricardo Hernández, y juntos desvalijaron la
máquina de Cobalto 60 golpeándola con un martillo. Sí, estas personas
desarmaron una bomba radiactiva a martillazos. Abrieron el cabezal que contenía
100 kilos del isótopo, también a martillazos y con este acto liberaron 6 mil 10
cilindros de 1×2 mm que tenían una fuerza radiactiva de 1003 Curies (Ci). Para
que quede claro, la cantidad necesaria para que el cuerpo sufra daño es de 1
Ci.
Sotelo
Alardin y Hernández notaron que el cilindro brillaba en tonos azules y que
tenían un sabor metálico en la lengua, además de que comenzó a hacer calor, a
pesar de que esta labor la estaban llevando a cabo en lo que ha sido descrita
como una noche fría. Nada de esto los detuvo, subieron los “fierros” a una camioneta
Datsun blanca, propiedad del hospital, para llevarlos a vender al yonke Fénix.
Yonke es la forma en la que en Juárez llaman a los deshuesaderos.
Así era el Yonke Fénix donde vendieron la bomba de Cobalto-60.
(Comisión Nacional de Seguridad Nuclear)
Seguramente
piensan en este momento que a Sotelo le dio cáncer y murió de forma horrible,
pero aquí les va un pequeño spoiler: Fue de los pocos en esta historia a los
que no le pasó nada. Tiempo después narró que se “puso mal unos días” y que fue
al doctor y que “pensaron que tenía diabetes”.
MEXICANO
¡TÚ PUEDES!
Si hasta
aquí las cosas suenan ilógicas, la historia de los Irradiados de Juárez avanzó
de una forma ridícula y trágica:
“Cuando
la llevé al yonke no vi que se me hubiera desprendido nada. Me acuerdo que de
regreso se me descompuso la camioneta y la dejé junto al río (Bravo) dos días.
Luego me la llevé a la casa y allí quedó estacionado unos 3 meses porque me
robaron la batería”, narró años después Vicente Sotelo Alardin.
En
efecto, de regreso del Yonke el Datsun radiactivo se descompuso y quedó varado
al lado del Río Bravo por dos días contaminando todo lo que pasara a su lado, y
luego siguió emanando muerte estacionado frente a la casa de Sotelo, en la
colonia Bellavista. Durante todo este tiempo, la camioneta sirvió de punto de
reunión para los niños que jugaban sobre ella y los adultos que platicaban
sentados en el cofre y la caja.
En este mapa se muestra dónde estaba la camioneta Datsun. (Informe:
accidente por contaminación con cobalto-60 méxico 1984)
La
chatarra radiactiva fue vendida y enviada a dos fundiciones: Aceros de Chihihua
S.A de CV (Achisa), una fábrica de varilla para construcción; y Falcón de
Juárez S.A, fabricante de soportes para mesa.
Otra
parte del material contaminado se envió a las empresas Fundival, de Gómez
Palacio, Durango; Alumetales, de Monterrey, Nuevo León; y Duracero, en San Luis
Potosí. Se calcula que se produjeron 30 mil bases para mesa y 6 mil 600
toneladas de varilla con material contaminado que se distribuyeron a más de la
mitad de los estados del país y se exportó a Estados Unidos. Así recibimos
1984.
QUE
PINCHE CHERNOBYL, NI QUE LA CHINGADA
Para este
momento la cifra de material contaminado ya se había elevado a 20 mil
toneladas. Esta cifra es hipotética y muy conservadora, porque los camiones que
transportaban la varilla contaminada iban y venían por todo el país.
Contagiando todo a su paso.
Se
enviaron estas varillas a Chihuahua, Sonora, Sinaloa, Baja California Norte,
Baja California Sur, Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Guanajuato,
Jalisco, Zacatecas, Tamaulipas, Querétaro, Durango, Hidalgo y el Estado de
México.
El
cilindro que contenía la fuente radiactiva de Cobalto-60. (Comisión Nacional de
Seguridad Nuclear)
Diez días
después, el 26 de enero de 1984, el personal de la CNSNS detectó que un Datsun
abandonado con niveles de radiación de hasta mil roentgens por hora. Para que
quede claro, esta cantidad de radiación era superior a la dosis a la que se
vieron expuestos los trabajadores de Chernóbil que murieron en un mes.
Ya que el
vehículo se encontraba en una zona densamente poblada, fue remolcado por una
grúa hasta el parque El Chamizal, que es un sitio que frecuentan muchas
familias juarenses. Las autoridades mexicanas, hábiles como siempre,
protegieron a la población de la radiación acordonando la zona y poniendo a dos
policías a resguardar que nadie se acercara.
Averiguando
en la colonia sobre el paradero del dueño llegaron hasta Vicente Sotelo, quien
confirmó que trabajaba en el Centro Médico de Especialidades, pero nunca
mencionó que había desmantelado la bomba de Cobalto -60 a martillazos.
“Todo
salió en los periódicos; después los de Salubridad fueron por la camioneta y a
recorrer el barrio. Comenzaron a sacar muestras de sangre de mis vecinos. Eso
me provocó enemistades y cada vez que salía a la calle me insultaban y decían
que por mi culpa pasaba todo eso”, relató Sotelo a la prensa.
Se
calcula que los vecinos próximos al vehículo fueron irradiados con diez veces
más radiación que el incidente en 1979 de Three Mile en Pennsylvania, hasta
entonces la mayor catástrofe nuclear de Estados Unidos.
Las
autoridades fueron al hospital a buscar rastros de la radiación, pero no
encontraron nada. Evidentemente nadie dijo nada sobre la compra ilegal del
aparato en 1977. Entonces, la cúpula del Centro Médico de Especialidades, mandó
a traer a Vicente en la noche para que “hiciera un trabajo”.
“Un día
de enero vinieron como a las 12 de la noche a buscarme dos vigilantes del
Centro Médico. Me dijeron que me necesitaban en la chamba y fui. Allá estaban
el doctor Lemus, el señor Méndez, que es el administrador del Centro Médico; el
ingeniero Guerrero y un licenciado. El licenciado me acosó a preguntas y luego
me dijo que firmara una declaración confesando que yo había robado la bomba. Al
principio me negué a hacerlo, pero todos estaban encima de mí, gritándome y
amenazándome y luego de tres horas acepté firmar”, relató el empleado a Proceso
en 1984 y añadió “la verdad es que nunca nos avisaron que esa máquina tenía
contaminación, había muchas cosas arrumbadas. Aparatos de ventilación, catres y
todo eso y la verdad es que ni un solo letrero con una calavera o algo así”.
El doctor
Lemus, miembro del Consejo de Administración del mencionado centro médico,
siempre trató de inculpar a su trabajador de los hechos. “No creo que nosotros
debamos aceptarla. No somos culpables de los actos de un empleado desleal”,
dijo a Proceso en su momento. Se sabía protegido, pues uno de los accionistas
del hospital privado era Clemente Licón Baca, oficial mayor de la Secretaría de
Energía y Minas e Industria Paraestatal (SEMIP), a la cabeza de la Comisión
Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias.
Las
autoridades le hicieron a Vicente y sus vecinos análisis de sangre y
comprobaron que el intendente tenía quemaduras en las plantas de los pies. Se
monitorearon alrededor de 450 vecinos afectados y al principio el seguimiento
se hizo de forma controlada, pero los vecinos de El Chamizal eran de bajos
recursos y dejaron de ir al doctor porque “sólo les sacaban sangre” y, si
tenían que tomar medicinas, ellos tenían que comprarlas por su cuenta y tampoco
tenían dinero para el transporte.
Portada de la revista Proceso del 1 de octubre 1984, donde se
dan a conocer los pormenores ocurridos 10 meses antes. (Foto: Código Espagueti)
La
corrupción paró en seco las investigaciones en México sobre la búsqueda de
culpables, pero en Estados Unidos no. Los estadounidenses encontraron la
factura de la máquina para terapia y las enviaron a las autoridades Mexicanas.
Cuando se supo toda la historia del desmantelamiento del aparato y su venta
como fierro viejo, las autoridades locales procedieron a la clausura del yonke
Fénix. Entonces todo se puso feo de la forma más mexicana posible.
El 90%
del material radiactivo exportado a Estados Unidos fue recolectado y regresado
a Ciudad Juárez, haciendo que 5 mil toneladas de material radiactivo fueran
almacenados al aire libre (con el viento que hace en Juárez) fueron colocados
detrás del CERESO de la ciudad.
La Datsun
que terminó en ‘La Piedrería’.
Lo
trabajadores trataron de protestar con su líder sindical, pero no les hizo
caso, e incluso los amenazó con el despido como lo narra un trabajador de la
empresa Comermex: “Ni nos
hacía caso. Es más, permitió que el mayordomo y el gerente de Producción,
Javier Sánchez y Fernando Múzquis, nos amenazaron con el despido si no
obedecíamos. Entonces comenzó una especie de psicosis entre los compañeros.
Estábamos nerviosos porque no sabíamos qué tan grave era eso que nos ocurría.
Por no dejar, la empresa mandó a ocho trabajadores a analizarse en México. Pero
de los resultados no supimos nada. Parece que los papeles quedaron con nuestro
líder nacional, Napoleón Gómez Sada”.
El Yonke
Fénix se volvió a rellenar con tierra no contaminada. (Comisión Nacional de
Seguridad Nuclear)
Comisiones de la CNSNS haciendo rastreos a pie para buscar los
balines contaminados.
Como
almacenar material radiactivo al aire libre sin más protección que un plástico
encima no es buena idea, y menos en una ciudad cuya segunda mayor
característica es sufrir de constantes ventarrones (la primera es la
misoginia), el gobierno federal ordenó la construcción de un cementerio
radiactivo.
El PRI y
el PAN, junto con otras organizaciones de industriales locales, comienzan a
pelearse para ver quién se queda con el dinero del proyecto que iba a
construirse en un terreno que colindaba con el de dos de los hombres màs ricos
de la región.
“La
construcción del cementerio nuclear en terrenos federales colindantes con las
grandes extensiones adquiridas por Promotora de la Industria Chihuahuense,
propiedad del gobierno del estado; Asbestos Monterrey y Jaime Bermúdez, cabeza
de la industria maquiladora, es bueno, pero puede frenar el desarrollo
industrial de Ciudad Juárez por lo que se han aceptado las proposiciones de la
IP para reubicar dicha construcción”, fue el pretexto con el que los miembros
del PRI frenaron la construcción que terminaría haciéndose en el área conocida
como El Vergel,
Finalmente,
los desechos se enterraron en un lugar conocido como El Vergel, en las dunas de
Samalayuca, de cuyo subsuelo se extraía agua para Ciudad Juárez, sin ninguna
medida de precaución.
Otra
parte de la varilla se enterró en Hidalgo, el Estado de México y Sinaloa,
tapados con plástico y una capa de cemento.
Proceso
del 1 de octubre 1984
“Todo
controlado, dice el Gobierno. Pero no sabe ni a quién responsabilizar. El
accidente fue grave, pero el susto ya pasó”, titulaba en Proceso en junio de
1984, pero nada había pasado, solo era el inicio de muchos infiernos para mucha
gente.
A corto
plazo la exposición a la radiación provocó como quemaduras, vómitos, cefaleas o
lesiones medulares. A largo plazo muchos afectados sufrieron de esterilidad
provisional, quemaduras y alteraciones en el sistema nervioso.
Proceso
412, 24 de septiembre de 1984. Vecinos de Ciudad Juárez denuncian la
construcción de cementerios nucleares en sus colonias (Código Espagueti)
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