23 mayo 2008

Investigación y Adaptación: Erwin Moller
Dibujos: Luís Chávez Peón
Colaboración: Adán y Jesús Beltrán
Coordinación: Guillermo Mendizábal Lizalde
Adaptación al Internet: Rafael Oseguera Reyes

ARTICULOS ENIGMATICOS
El territorio mexicano encierra más misterios de los que puedan imaginar arqueólogos, antropólogos u otros investigadores calificados; cuando campesinos y lugareños aseguran haber visto fenómenos celestes extraordinarios o de OVNIS sobrevolando regiones de Veracruz, Puebla u Oaxaca, es posible que se estén repitiendo insólitos episodios que han ocurrido anteriormente. Pero, ¿Por qué decimos esto?
Sabemos que de acuerdo a las mitologías mesoamericanas, había cuatro soles o eras que precedieron a la actual, y que todas ellas terminaron siendo arrasadas por terribles cataclismos que, sin embargo permitieron sucesivas renovaciones de la humanidad.
El quinto sol, edad en la que los aztecas suponían estar viviendo, fue también el de la llegada de los españoles a suelo mexicano, suceso del que este y otros pueblos prehispánicos ya sabían con gran anticipación.
Los sacerdotes habían profetizado que en la era decimotercera, año uno-caña, extranjeros de piel blanca habrían de arribar del oriente. Seria este Quetzalcoatl un semidiós que llegaría, efectivamente del Oriente y en un vehiculo brillante parecido a una serpiente, y que lo mismo navegaba que volaba, y cuyo retorno presagiaba el fin de una era, precisamente el quinto sol.
Pero era esta la única vez que aparecían los dioses para asistir a la humanidad en épocas de peligro inminente; ya en otras eras (primera edad o sol del tigre) los hombres estuvieron a punto de desaparecer a manos de enemigos como los Quinemetlzin o gigantes sanguinarios, pero fueron salvados por los dioses jaguares llegados de las estrellas, quienes al igual que en el pasaje bíblico del génesis, se enamoraron de las mujeres terrestres y cohabitaron con ellas engendrando una nueva generación de hombres versados en todas las ciencias, mismos que llegarían a ser conocidos generalmente como “Olmecas”, uno de los pueblos mas sabios y misteriosos de América.
¿Alude este mito a la mezcla de una raza terrestre con otra ajena a esta? Lo ignoramos, sin embargo estos nos hablan de dioses como Quetzalcoatl y Tezcatlipoca, con sus maravillosos vehículos, la serpiente emplumada y la serpiente de cuchillos, respectivamente… de dioses como Tlaloc, señor de la lluvia, los truenos y el fuego, que se transportaba en su nave “Flor de Turquesa”; y de Chalchitlicue, la diosa del agua, hermosa doncella que viajaba en otro inimaginable vehiculo.
¿Quiénes eran realmente estos “dioses”? ¿Personajes ficticios o seres extraterrestres que descendieron a la tierra en avanzados vehículos para reestructurar a un mundo arruinado y además asesorar a los escasos sobrevivientes?
Si aceptamos aun provisionalmente este planteamiento, puede deducirse entonces que los dioses, no solo de la mitología americana, sino también del viejo mundo, podrían haber sido seres superiores que arribaron a nuestro planeta con una misión especial…
Los maravillosos conocimientos que hablan las viejas crónicas no fueron privativos de los olmecas; y la bellísima ciudad capital del valle de México, Tenochtitlan, se alzaba hacia 1519 como una metrópoli de no menos 300 mil habitantes y cuatro grandes sectores. Sin embargo, algo preocupaba a sus orgullosos habitantes: ¡El regreso del señor Quetzalcoatl, y con ello el principio del fin! Empero, ¿Qué motivos había para esta preocupación? Bueno 1519 no era un año como cualquier otro; en el calendario azteca, el año uno-caña (en el que había prometido regresar Quetzalcoatl) se repetía cíclicamente a intervalos regulares de 52 años.
Los Sacerdotes de Moctezuma II sabían que 1363 había sido uno de estos años uno-caña; también 1467 lo había sido, pero el dios blanco no había aparecido en ninguna de estas ocasiones. En 1519 de nuevo volvía a repetirse la oportunidad, pero a diferencia de otros años, ahora estaban seguros que era el año definitivo.
Con gran expectación, los vigías apostados frente a las costas del golfo observaban ansiosamente el horizonte. Ahora bien, con tales antecedentes, ¿Por qué estaban tan seguros los aztecas de que ese año precisamente regresaría Quetzalcoatl?
De acuerdo a cronistas serios y dignos de crédito, como Clavijero, Torquemada y Muñoz Camargo, una serie de fenómenos inexplicables comenzaron a suceder en el imperio azteca con meses y años de anticipación. En efecto un lago cuyas aguas salobres habían permanecido quietas e imperturbables, ahora se calentaban y alzaban de tal suerte que sin viento, tormenta, ni terremoto, levantando tan grandes olas en el agua llego a bañar a más de la mitad de las casas de México, y muchas de ellas se cayeron o hundieron.

El extraño fenómeno fue comunicado de inmediato a Moctezuma II, quien lo consulto con sus sacerdotes y consejeros, pero nadie pudo explicárselo. Para colmo, quienes hacían travesías nocturnas por entre islas e islotes, alarmados comenzaron a hablar de extrañas luces que recorrían el lago por las noches.
Con la tranquilidad de su pueblo perturbado de manera tan insólita, Moctezuma y sus sacerdotes se ponían cada vez mas preocupados. El Rey Azteca no tardaría en hallar respuesta a sus dudas, ya que junto con los ya descritos, comenzaron una serie de prodigios, portentos y señales, que para su conciencia y la de los demás señores mexicanos solo podían tener un significado. Al año siguiente, cuando la tranquilidad aun no había retornado a la gran Tenochtitlan, durante una noche se desato un furioso incendio en uno de los templos mas reverenciados de la ciudad, el de Huitzilopochtli. “Se dice que el templo ardió con tal furia, que aun al día siguiente las piedras seguían al rojo vivo”. ¿Cómo podría iniciarse y programarse un incendio de tal magnitud en un recinto de piedra?
Sabemos que detrás de todo mito suelen esconderse hechos reales, lo cierto es que los dioses aztecas, y en particular Huitzilopochtli, usaron armas insospechadas, este ultimo en su enfrentamiento con la diosa Coyolxauhqui y sus aliados, “los surianos”…utilizo una temible arma de rayos para decapitar y desmembrar a la diosa, así como derrotar aplastantemente a sus numerosos enemigos, las huestes surianas.
Narra el códice florentino que Huitzilopochtli puso entonces fuego a la serpiente de Teas llamada Xiuhcoatl, con la que hizo pedazos a la Coyolxauhqui. Y a continuación persiguió a los surianos acosándolos como a conejos, que nada pudieron hacer contra el Huitzilopochtli los destrozo, los aniquilo… solo unos cuantos pudieron escapar a su presencia. Obviamente ninguna lanza, flecha o arma de las conocidas en la antigüedad podría haber permitido a un solo hombre vencer a todo un ejército. ¿No suena todo esto como la aplicación bélica de un moderno rayo láser?
Otro prodigio increíble que precedió a la conquista fue el llamado “Cuarto Prodigio”, consistente en la aparición a pleno día y habiendo abundante sol de tres brillantes “cometas” cruzando el cielo de occidente a oriente con gran fuerza y violencia, y que llevaban tan largas “colas” que ocupaban la mayor parte del horizonte, causando gran desasosiego y alboroto entre la gente.

¿A que clase de dioses se referían los Aztecas?, quienes durante su peregrinación de mas de dos siglos en busca del lugar del águila y la serpiente, los guió desde su nave, “la serpiente con garfios y cuchillos”, mostrándoles cuando sembrar, reanudar la marcha o hacer la guerra. ¿Era esta misma clase de nave-serpiente la que apareció sobre los cielos de Tenochtitlan hacia 1516? Cuentan las crónicas que en este año, el mancebo o novicio que habitaba en el templo de Huitzilopochtli, y que estaba destinado a ser sacrificado a ese mismo dios, como hacían todos los años, despertó a media noche para orar, y extrañado por la claridad que iluminaba el ambiente, salio y elevo la vista al cielo. Con enorme asombro descubrió un resplandeciente “cometa” de larguisima cauda, que parecía estar suspendido sobre la gran Tenochtitlan. Atemorizado, el novio despertó a guardias y sacerdotes del Teocalli, quienes también observaron el prodigio hasta el amanecer, cuando acudieron al emperador, para hacérselo saber.

A la noche siguiente Moctezuma II pudo ver el cometa, razón por la que mando traer a sus atronomos, astrólogos y sacerdotes, y reprocharles el no haber predicho su aparición ni descubierto su presencia con anterioridad.
Resulta extraño que los astrónomos de un pueblo tan preclaro fueran incapaces de detectar con la suficiente anticipación un cuerpo tan aparente como lo es un cometa. Quizás las profecías se estaban cumpliendo y los dioses regresaban, pero a bordo de sus portentosas naves voladoras que poco antes de la llegada de los conquistadores españoles, “descendieron dioses celestes que obraron prodigios, como el de haber abierto un camino brillante en el cielo”, o el paso de grandes “anillos de luz”, que fueron vistos por el ultimo soberano inca cruzando entre las remotas planicies de Nazca y Marcahuasi.

Las tradiciones quechuas e Incas no agregan nada sobre la naturaleza de estos fenómenos celestes, pero su semejanza con los portentos que por esa misma época estaban produciéndose en el Valle de México resulta inquietante, y por lo menos uno de los dioses peruanos (Viracocha), manifiesta atributos comparables a los de Huitzilopochtli. Predicando artes y oficios a la manera de Quetzalcoatl, Viracocha se gano la enemistad de unos sacerdotes, quienes lanzaron al pueblo en su contra pero he aquí que el semidiós de pronto hizo surgir una cortina de llamas que rodeo a sus numerosos enemigos, derrotándolos. En el curso de su peregrinación sufrió nuevos ataques, pero Viracocha hacia surgir sus murallas de flamas contra las que sus enemigos nada podían hacer.
¿Coincidencia? Tal vez pero si concedemos que Viracocha, Huitzilopochtli y otros dioses que formaban parte de los hombres-dioses extraterrestres que tal vez de acuerdo a un mismo plan descendieron para visitar –o quizás a prevenir- a sus protegidos americanos por ultima vez antes de la conquista por los españoles, muchos enigmas parecen aclararse incluido otro fenómeno luminoso que se presento en el imperio azteca hacia 1517. De acuerdo a los cronistas “apareció” una columna de fuego muy flamígera, tan encendida que su claridad y resplandor hacían que a media noche pareciera de mañana.
Pero eso no habría de ser todo. La inquietud del emperador llego a su clímax cuando en 1518 le fue llevada un ave “como una grulla pero tan extraña que tenia en la cabeza una como diadema redonda a manera de espejo en el que se veían el cielo y las estrellas.” Pero continua la tradición al asomarse el soberano acertó a ver un gran numero de gentes que venían marchando montados sobre enormes animales cuadrúpedos semejantes a venados sin cornamenta, y en escuadrones o formación de guerra. El sabio soberano azteca no pudo averiguar más en ese oráculo viviente, pues cuando mando traer a sus agoreros y adivinos, el pájaro de improviso escapo, levantando el vuelo y desapareciendo de la vista en poco tiempo.
Este episodio suena muy inverosímil, pero la verdad es que ya desde ese año, los aztecas sabían de la próxima llegada del invasor español. Aun historiadores tan escrupulosos como Clavijero, Acosta y Torquemada señalan que en 1518 los habitantes del Anahuac contemplaron atónitos una “Batalla en el Cielo”. Muchos hombres blancos y barbados combatían a los indígenas en una fantasmagórica escena que se desarrollo durante largos minutos en los cielos de la gran Tenochtitlan. ¿Fue la última advertencia de los dioses de las estrellas? ¿O por el contrario, una inmensa alucinación colectiva, como han alegado algunos? Sea usted juez amigo cibernauta.

BIBLIOGRAFIA:
ENIGMAS DE LOS ANTIGUOS MEXICANOS; E.C. BRASSEUR DE BOURBURG
MONTEZUMA, LORD OF THE AZTECS; C. ARTHUR BURLAND
MISTERIOS SAGRADOS DEL ANAHUAC; AUGUSTUS LE PLONGEON
FUENTE:
REVISTA DUDA
AÑO XI No. 589
13 de Octubre de 1982
Editorial Posada ®
México

3 comentarios:

Unknown dijo...

Para mayor información lean el libro "La visión de los vencidos" de Miguel Leon Portilla

Anónimo dijo...

pos yo no se k chingao es eso de las lucez celestes

Gerardo Carmona dijo...

Es todo un hecho este articulo.